El Maestro Sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma.
- Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos, pero no nos explicas su significado.
- Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro. – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
- Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo
- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
- Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.
- ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
- Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro.
- No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte.
- Permíteme que te lo mastique antes de dártelo...
- No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! - se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo:
- Si yo les explicara el sentido de cada cuento, sería como darles a comer una fruta masticada.
Jorge Bucay